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  3. Pentecostés 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.

Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:

¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

Pentecostés, por El Greco
Altar en campus San Joaquín UC

Esta venida del Espíritu no es solo un momento extraordinario, sino el inicio de una historia sostenida por la esperanza activa. Los dones del Espíritu no son privilegios místicos, sino herramientas para vivir con profundidad: la sabiduría para discernir la luz en la oscuridad, la fortaleza para resistir en el dolor, el consejo para no desfallecer.

Pentecostés revela que la esperanza cristiana no es pasiva, sino confianza valiente, nutrida por una presencia divina que nos empuja a salir, hablar, amar y reconstruir.

El Espíritu Santo, fuerza invisible y real, sigue soplando sobre la Iglesia, encendiendo corazones, renovando el mundo. 

V/ Ven Espíritu santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y todo será creado.

R/ Y renueva la faz de la tierra.

Oremos: Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén