Por: Monseñor Cristián Roncagliolo
Obispo auxiliar de Santiago
El diálogo de Jesús con los fariseos nos refiere a las exigencias más hondas que el Señor enseña a la comunidad de los discípulos. A propósito del matrimonio los fariseos le dicen a Jesús: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” La respuesta de Jesús fue concluyente: “Lo que Dos ha unido que no lo separe el hombre”. Un aspecto provocador de la pregunta farisaica refiere a la licitud del divorcio. Recordemos que Moisés permitió divorciarse por la dureza de corazón de los hombres de su tiempo más que por qué Dios así lo quisiera o porque sea un verdadero bien.
Por tanto, la pregunta de los fariseos nunca se plantea en términos del bien o del mal, sino que queda recluida al ámbito de la ley vigente. Este problema de fondo, que es la relajación de la ley causada por la dureza de corazón de los hombres y mujeres del tiempo, hoy encuentra nuevas expresiones en otros ámbitos como es la eventual ley de despenalización del aborto hasta las catorce semanas. Esta posible legalización es presentada por una mayoría bajo la apariencia de un bien público, como queda de manifiesto simbólicamente en la inexplicable y dolorosa celebración de un grupo de parlamentarios después de que fuera aprobada la idea de legislar sobre la materia en la Cámara de diputados.
Sin duda, en el trasfondo de esta situación triste está la pretensión de la institucionalización de un mal en una ley: la cultura de la muerte se instala bajo la apariencia de un ‘bien’ necesario para una sociedad que se precia de ‘moderna’. Un espectáculo triste, y que merece una reflexión en sí mismo, es que la discusión de una ley que tiene como norte facilitar el término de la vida humana –eso es el aborto– queda eclipsada en la conciencia colectiva, en los medios de comunicación y en la mente de muchos actores sociales por el denominado cuarto retiro –recordemos que esta discusión se da el mismo día– dejando en evidencia que en nuestra cultura pareciera pesar mas el dinero que la vida. Y, a mayor escándalo, muchos cristianos elevan la voz con inusitada fuerza a favor o en contra del cuarto retiro, augurando las bondades o fatalidades económicas del mismo, relegando la discusión sobre el aborto casi al olvido. En palabras muy sencillas, la coincidencia temporal de la discusión parlamentaria sobre los temas del aborto y del cuarto retiro dejó en evidencia un escándalo social instalado en Chile: pareciera importar mas ‘el bolsillo’ que la vida, el confort que la dignidad del que está por nacer. La paradoja es, simplemente, incomprensible pero muy descriptiva de la crisis que nos acecha, la que esta caracterizada por una mentalidad individualista y economicista, propia de la cultura del descarte, en donde se desecha lo que no es útil, no trae beneficio o lo que incomoda.
Sin duda, muchos podrían reproducir hoy la lógica de los ‘especialistas de la ley’ del tiempo de Jesús, diciendo que si la norma civil permite el aborto este es lícito y un bien social. Pero, para quienes queremos ser fieles a las palabras de Jesús, y para todo hombre o mujer de buena voluntad, matar a un ser humano, o facilitar que esto ocurra, siempre será un crimen aunque existan leyes que ‘vistan’ estos hechos de una aparente legitimidad y hayan discursos rimbombantes, que subrayando una y otra vez unos discutibles derechos reproductivos de la mujer, silencian absolutamente los derechos mas básicos del niño que esta en gestación. ¿Cómo nos enfrentamos adecuadamente a esta mutación cultural que trastoca los valores que constituyen la base de la dignidad humana y legitima lo que, a todas luces, no puede ser el camino?
La respuesta no es fácil y exige mucho discernimiento. Sin embargo, un elemento esencial es que lo cristianos debemos despertar del letargo confortable de la indiferencia ante los hechos relatados y recuperar la voz profética. Si la fuerza usada para abordar el tema económico –sea a favor o en contra del cuarto retiro– la usáramos para proponer y defender lo que el Cardenal denominó ‘valores no negociables’ habría una voz, ‘una campana’ de alerta, una ‘lámpara’ que haga ver el precipicio al cual nos conducimos cuando nos dejamos seducir por la cultura de la muerte. Al mismo tiempo, considero urgente romper el cerco del individualismo que tiene encapsulado a muchos en sus propios intereses políticos, económicos, o de otra índole haciéndolos incapaces de mirar más allá de si. Hoy, con especial urgencia, debemos dar nuestras buenas razones acerca de porque la propuesta cristiana sobre la vida no solo es legítima sino que es un bien para la sociedad en su conjunto. Por desgracia, aceleradamente nos conducimos a un escenario donde, cuando se nos haga la pregunta de si es lícito en Chile –es decir, lo permite la ley– hacer un aborto, la triste respuesta será que sí. Pero sabremos que esa licitud será fruto no del querer de Dios ni de una búsqueda del bien para las personas, sino que será el resultado de una sociedad que simplemente endureció su corazón ‘vistiendo’ de legítimo algo que nunca lo será.
Feliz domingo.
Monseñor Cristián Roncagliolo Vicario General de Santiago