Todo al revés…

El P. Federico Ponzoni, asesor de la Pastoral UC, comparte esta columna sobre el Espíritu Santo, en las vísperas de la celebración de la fiesta de Pentecostés.

¿Cómo no se escribe un artículo sobre el Espíritu Santo? Si le preguntas a un profesor de periodismo te respondería diciendo que hay que evitar decir banalidades, que hay que evitar decir cosas demasiado difíciles y, por último, que tiene que contener unas indicaciones bien prácticas… Pido de inmediato disculpas al lector, pero yo no voy a hacer eso. No puedo. Y es que el Espíritu Santo es demasiado sencillo como para no decir algo sobre el que suene banal, es demasiado profundo como para no decir algo difícil sobre él y su misterio llena tanto el corazón de asombro que es mejor quedarse gustando esta sensación que estropearla poniéndose a hacer cosas que por nobles y justas que sean, finalmente nos sacan de la necesidad de gozar del misterio del Espíritu Santo, contemplándolo.    

Vamos con la repetición de la banalidad: el Espíritu Santo en la Iglesia católica es un gran desconocido. Y es que, que uno tenga un Padre, se entiende. A lo menos intuitivamente. Que un Padre tenga un hijo, igual se entiende. Se entiende también que la relación de Padre e Hijo en Dios es una de amor. Es bastante obvio que un padre y un hijo se quieran, si es que estamos hablando de personas divinas (al día de hoy lamentablemente el amor entre padres e hijos no se puede ya dar por descontando). Que el amor que se tienen sea Él mismo una persona… eso suena raro. ¿Una persona que es el amor entre otras dos? ¿Qué es eso? Y es que si lo pensamos –y ahora hago la otra cosa que no se debe hacer: voy a decir la cosa difícil– el amor es el producto de la libre elección de una persona que es, a su vez, libre.  

La libertad, como sabemos, es novedad creatividad, capacidad de introducir en la realidad una novedad, algo que antes en ella no estaba. Es así que, si sumamos dos libertades creativas que introducen una novedad en la realidad eligiéndose recíprocamente, lo que sale es algo nuevo. Algo que es libre, creativo y novedoso porque es consecuencia de la libre elección mutua de dos personas. En Dios, es decir la elección, el sí total que se dicen uno a otro, el Padre y el Hijo, desde la eternidad es tan perfectamente creativo que el Amor entre los dos no puede hacer otra cosa que adquirir un carácter personal. Así, el Espíritu Santo es una personamor 

¿Una personamor qué hace? ¿Dónde se ve? ¿Cómo se experimenta? No se ve. Evidentemente, Es Dios y Dios es invisible. ¿Cómo actúa? Con delicadeza infinita. Con sutileza infinita. Siendo espíritu comunica directamente con nuestro Espíritu. Lo hace de forma totalmente personal. De persona a persona, el Espíritu Santo habla a nuestro corazón. Lo puede hacer de una forma discretísima. Si el Espíritu gritara a voz en cuello no podríamos responderle libremente porque no tendríamos otra opción que escucharlo. Pero el Espíritu es amor, por lo tanto, no puede hacer otra cosa que desear una respuesta libre. Por eso sus sugerencias, su inhabitación de nuestro propio Espíritu es sutil y discreta. ¿Pensaste que tuviste una brillante idea cuando pensaste que era hora ya de perdonar a tu hermano? ¿Pensaste que fuiste muy inteligente cuando te vino a la mente que era necesario hacer un esfuerzo para abandonar tu idea y darle espacio a la del otro? ¿Sentiste que fue particularmente bien lograda esa decisión de quedarse rezando unos minutos más? ¡No te no te pongas muy orgulloso de tus ideas! Era el Espíritu Santo. Que, como te dije, actúa muy discretamente, empujando con levedad a tu libertad a actuar en pos del bien y de la libertad.  

La conclusión práctica de este artículo es ausente. Me niego a escribirla. Porque es inútil. Al Espíritu Santo hay simplemente que escucharlo. Él te sugerirá con discreción, pero realmente, cual es la voluntad del Padre que te hará libre y feliz.  

 

Pero. Federico Ponzoni, asesor Pastoral UC