La buena noticia de la vocación

El P. Fernando Valdivieso, Capellán General UC, comparte esta columna sobre el llamado personal y concreto que Dios hace a cada una de las personas.

Hablamos de vocación para esas cosas que se hacen porque nacen de dentro, porque a uno le gustan y porque nos sentimos llamados a hacerlas. Decimos vocación, en contraposición con quehaceres que tenemos que desempeñar por deber o que alguno ha decidido hacer con motivaciones mezquinas (propias o impuestas), que lo tienen en un quehacer que no le gusta, para el cual no tiene ese llamado.

Desde la fe, la palabra vocación (que viene del latín vocare = llamar) toma un contenido profundo si se considera que el “llamado” del que hablamos es el llamado lleno de ternura de Dios que, como el mejor de los padres, llama a sus hijos convocándolos para desempeñar con todas las energías y potencialidades de cada uno, el proyecto del Reino de Dios.

El llamado del Buen Dios es el mismo para todos: “amar”. Al mismo tiempo la invitación es específica para cada uno, es concreto y personal. 

Es concreto porque nadie es llamado a algo teórico o general, sino a dar unos pasos bien definidos en la línea del amor. San Alberto Hurtado tomó su camioneta y se dirigió a los puentes del Mapocho; el joven italiano Carlo Acutis, vivió su originalidad anunciando en las redes sociales el amor de Dios; y así muchos ejemplos de tantos santos que, escuchando ese llamado de amor,  respondieron que sí.

Y es personal, porque el Creador, que nos conoce mejor que nadie, nos habla e invita desde lo que somos, con nuestras sensibilidades y talentos, con nuestros límites y heridas, con nuestra identidad y con nuestros vínculos. 

El cristiano se despierta cada día con la certeza de que Dios le ha dado una nueva jornada para dedicarla al amor: amar y ser amado. El día que comienza no es un día más que cae en el calendario, a ver si logro sacar las tareas que me esclavizan ―las pruebas de la universidad o las pegas de mi trabajo―; un día que ojalá se vaya pronto con sus preocupaciones y sus dolores (quizá algún día de la pandemia estos sentimientos hayan estado en tu corazón). No, el cristiano sabe que el día que comienza es un día para amar. Así se lo repetía a sí misma Santa Teresita del Niño Jesús: “tengo hoy, para amar”.

El llamado pide una respuesta, muchas veces exige. Siempre reclama salir de nosotros mismos porque amar consiste en salir de sí. Pero al mismo tiempo llena de sentido cada uno de nuestros días, que si no fuera por este llamado se quedarían a la deriva de una jornada tras otra con el único objetivo de no sufrir demasiado, de aprovechar, de gozar el presente, de llegar al fin de semana para un poco de descanso.  En cambio, el presente se llena de sentido ―aún con sus dificultades― cuando vivimos intentando responder que sí a ese llamado a gozar el presente, haciendo aquello para lo que estamos hechos.

De este modo, la vocación cristiana brilla como una buena noticia. Así la han experimentado lo santos, que descubrieron, escucharon, esa voz del Buen Dios llamándolos a desplegar sus potencialidades amando a su estilo propio y configurando la vida, día a día, paso a paso, sí tras sí, definiendo opciones y estados de vida en el amor: una profesión elegida como respuesta a un llamado, un matrimonio abrazado también así, como modo concreto de amar, y una consagración total a Dios en la vida religiosa. Todos llamados, para cada uno su llamado es lo mejor.

María ―joven de Nazareth― escuchó ese llamado, dio su sí generoso, sostenido día tras día hasta el pie de la cruz. Pedro y sus amigos “por la alegría que les daba” (Mt 13,44) dejaron las redes para abrazar el tesoro de seguir a Jesús. Y tú, ¿cuál es tú llamado?

 

Pbro. Fernando Valdivieso, Capellán General UC